domingo, 5 de junio de 2011

Como un cigarrillo



Por Valentina Burgos.

Annelisse tenía unos penetrantes e inquisidores ojos azul hielo que cuando miraban, captaban automáticamente la atención de sus espectadores. Probablemente no se trataba del enigmático color, sino más bien debido a aquella personalidad fuerte y picarona que desbordaba  en cada uno de los aleteos de sus pálidas pestañas. Cuando a sus 62 años comenzó a perder su maravilloso cabello castaño, entró en pánico. Nunca le importó mucho la apariencia y probablemente no lo necesitaba gracias a sus genes alemanes, sin embargo, la pérdida de su cabello era un inevitable paso a uno de sus mayores miedos: la vejez.

Tomando uno de sus clásicos vestidos de los años cuarenta, se subió a su Chevrolet del 78´ y partió al centro, específicamente hacia providencia. Le gustaba mucho caminar y en varias ocasiones, montada en sus tacos de diez centímetros,  salía a dar vueltas por Santiago, recordando sus años de esplendor cuando se caso por tercera vez en Alemania y su marido, un hombre de altos ingresos, la llevaba a pasear y  a comprarse el mundo entero.  Fue en una de sus caminatas por Providencia que en una oportunidad descubrió una tienda de pelucas. Jamás en toda su vida se le pasó por la mente que entraría a un local de ese tipo refugiada por un gorro de ala ancha y menos, que entraría a comprar una de esas espeluznantes cabelleras de dudosa procedencia.

Tras una serie de intentos fallidos, Annelisse optó por una corta de color rubio claro. Casi sin pensarlo, esta se transformó en su mejor amiga y en un arma de seducción  que la llevó a volver a enamorarse y a volver a creer en aquel cuento de hada que por generaciones, ha causado más de un trauma en las jóvenes de toda época.

Como era de esperarse, el amor es capaz de enceguecer tanto a la quinceañera como a la experimentada mujer de, en ese entonces, setenta años. Con la jubilación alemana que se le enviaba en oro, Annelisse había amasado una pequeña fortuna que la había llevado a tener múltiples propiedades. Sin embargo, en medio de su amorío, había confiado en alguien que lamentablemente se aprovecho de su adormecido corazón y la estafó.

Fue de esta manera que terminó viviendo en unos pequeños departamentos de Las Condes, cerca del tranquilo y mítico pueblito de Los Dominicos.

Desde los catorce años la alemana procedente de Berlín había comenzado a fumar. Los años pasaban y con cada atardecer, aquella adicción incrementaba y se veía reflejada en la enorme cantidad de cigarros aplastados que se acumulaban en sus ceniceros. Nunca fue al médico y cuando lo hizo, prácticamente fué obligada por los integrantes del Club de Bridge que no soportaban ver una torre de treinta cigarrillos cada tarde de juego. Pese al mal augurio que se vaticinaba sobre su destino, descubrió orgullosa que no tenía absolutamente nada en sus pulmones pese a los cincuenta y seis años que llevaba fumando.

“Annelisse, por favor, cuídate, no eres de roble”, le solía decir una y otra vez una de sus únicas amigas, Silvia, quien además era la veterinaria de sus dos cokers espaniels. Sin embargo, la anciana era testaruda y en su acento alemán carrasposo, solía lanzar frases desagradables que terminaban espantando a la mayoría de las personas de su alrededor.

Aparte de las dos cajetillas diarias de Malboro corriente, su pasión desde pequeña por los caramelos la había llevado a una inminente diabetes. Muchas personas que la conocían solían atribuir su repentino malhumor a la abstención, sin embargo, para su desgracia, le era prácticamente imposible mantenerse firme cuando iba de compras al supermercado y paseaba por el cautivante pasillo de galletas y golosinas.
Fue quizás por esta razón que con el tiempo, casi cumpliendo los ochenta y tres, decidió quedarse en casa y hacer encargos a los vecinos. Nunca tuvo hijos, así que termino adoptando a vecinas que encantadas, se sentaban a escuchar las historias de la alemana de extravagante peluca.

No dejaba que nadie la ayudara en sus quehaceres diarios.  Era orgullosa y apasionada, y fue por esta razón que cuando sus capacidades se vieron disminuidas por la edad, se enojó con la vida y se sintió con la necesidad de enfrentarla con la cabeza en alto y no dejarse vencer por ella. 

En el 2005, encerrada por el terrible frío que se apoderaba de Julio, Annelisse tomó un corta uñas y sin siquiera sentirlo, se pasó a llevar el dedo más grande del pie. Se quedo callada mirando como la sangre salía y salía debido a los anticoagulantes, y en especie de trance,  opto por tapar el daño con un trozo de confort y con un calcetín de lana que le quedaba ajustado.

Guardo silencio por días que rápidamente se transformaron en semanas, y cuando dejó de sentir el pie le hizo el comentario a Norma, una de las vecinas que la visitaba a menudo. Cuando la mujer de cuarenta años vio el dedo de un terrorífico color verde musgo y con pequeñas lombrices paseando por las hendiduras, pegó un grito al cielo y llamó rápidamente a la ambulancia, totalmente espantada ante la visión.

No había muchas alternativas. La única posibilidad de salvar la vida de la anciana se reducía a cortar el gangrenado pie que había muerto semanas atrás. Pese a los reclamos constantes de sus cercanos, Annelisse, prendiendo un cigarro a escondidas, aseguró que no se dejaría que le cortaran el pie y quien lo intentara,  no viviría para contarlo.

“Yo nací con mis dos piernas, moriré con mis dos piernas”, refunfuño al médico en su cortante español cargado de acento alemán.

Ese mismo mes cumplía los ochenta y cuatro, sin embargo, no vivió para aquel día. Tres días antes de su cumpleaños, Annelisse cerró los ojos por última vez.  Tenía el maquillaje perfectamente enmarcado en su rostro y la orgullosa peluca tapando el resto de cabello atrofiado que aun se mantenía abajo. En su mano derecha, uno de sus grandes vicios aun permanecía prendido a medio consumir pese a que en el Hospital Escuela Militar las enfermeras pasaron noche y día evitando que la terca anciana prendiera sus cigarros en la sala de pacientes.

5 comentarios:

  1. Ay Vale me encantó lo que escribiste *-* te mantiene atenta durante todo el relalto y se hace imposible parar de leer :)
    besito!

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  2. muy bueno, realmente bueno y es verdad te mantiene pendiente todo el tiempo!,me gusto mucho sobre todo el final, morir con su vicio.
    sigue escribiendo que seguire leyendo de todas manera!! te amoo muac!

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  3. Muy profundo,y bien relatado..
    Impregnas al lector,y lo hiciste
    vicioso de este fragmento.

    Muy lindo Vale (:
    Saludos

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  4. Me encanto :P es un cuento absorvente.
    Saludos chica Burgos!

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